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Una tarántula en su espalda.

  • Foto del escritor: laportenarevista
    laportenarevista
  • 27 may
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 30 may


Por Luz Marus.


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Necesité volver a salir de noche por mi ciudad, para escribir. Escribo para tratar de entender. Anoche necesité entender a mi ciudad y a sus contradicciones. Me fui a una milonga porteña, un lunes. Algo que los extranjeros no pueden creer que exista: Un lugar adonde salir y encontrarte con otros un lunes por la noche con lluvia y frío.

Sólo cuando vivimos un tiempo en otro país nos damos cuenta del diamante que tenemos y decimos en voz alta ese dulce pensamiento de:

“Éramos felices y no lo sabíamos”.

 

 

Había ido sólo a escribir. No quería que me abracen otros hombres ni sentir sus perfumes. Pero ahí estaba yo, varios años más tarde, con mis zapatos negros de charol, en una milonga, comiendo unos ravioles con tuco.

Ninguna mujer se da el permiso de comer pastas en público, sola, mientras está en pose esperando que un hombre la saque a bailar. Creo que mi imagen fue contundente. Sin embargo, cuando terminé mi plato, aparecieron tres y les dije amablemente que no, que sólo venía  para escribir y filmar. Pero hubo alguien a quien no pude decirle que no.

Era una chica norteamericana que estaba sentada al lado mío y mi miró con una sonrisa y con su acento inglés me dijo: “¿Quieres bailar?” No pude ocultar mi sorpresa y le dije: “Si, claro, pero…¿ te molesta si le pido a alguien que nos filme? Porque vine a eso.

Se sorprendió también, sonrío y me dijo: “No me molesta, al contrario, me halaga.” Entonces, le pasé mi celular pasado de moda con cámara de baja resolución a un señor que nos seguía por toda la pista filmándonos. Yo toda tapada como una monja de clausura. Tenía un vestido negro y arriba una camisa negra y por si fuera poco, una campera de algodón pesada y además unas calzas. De lejos, casi que parecía una sotana.

Siempre pensé que la piel de una mujer no es para que la vea cualquiera. Si todos conocen lo más íntimo tuyo, entonces pierde magia, encanto y exclusividad para ese que es tu único y especial.

Además, ahí, lo importante, todos lo sabemos, son los zapatos.

Y el baile. Y la música. Y la conexión.

Pero sobre todo, antes que nada, los zapatos.

 

Le mandé un mensaje a mi mejor amiga: “¿Me acompañas?” Mi amiga no vive en Buenos Aires, pero me acompaña desde lejos, cada vez que puede.

La ciudad compartida, siempre es más linda. ¿Qué haríamos sin la magia de Internet?

“Qué romántico, el tango…” me dice. “Es un lugar para encontrar el amor…”

 

Miré a mi alrededor…ninguno parecía haber encontrado el amor y en mis quince años de tango jamás presencié que se armaran parejas románticas. Sólo parejas de baile, o sea, de trabajo. Es cierto que a veces también eran pareja en la vida. Pero no eran parejas felices. Y fuera de los bailarines y bailarinas profesionales y profesores, no me enteré de ninguna historia de amor donde se hayan conocido bailando tango.

 

Lo pensé un rato, y ratifiqué: No amiga, no es romántico. Es todo lo contrario. Es superficial. Bailan con una, apenas hablan, bailan con otro, se despiden... y así, se repite, se vuelven a cruzar, pero nunca se van juntos, ni mucho menos se citan afuera ni se pasan sus contactos. Es algo esporádico. Sólo ese momento. Nada más.

No, amiga mía. No es un lugar para buscar el amor, la milonga.

Es un lugar para ver gente, bailar y charlar. Nada más. Nada menos.

Entonces entendí porque nunca me había gustado del todo ese ambiente.

Es todo lo contrario. No es profundo. Es frívolo.

Mi amiga es extranjera. Por eso lo ve así. De lejos se ve romántico. Sólo de lejos.

 

 

 

Anoche, sólo bailé con la chica norteamericana, de la cual no recuerdo el nombre, ni ella el mío, y mirando el video no comprendo por qué movía mi mano abierta al compás y con mis dedos parecía una tarántula en su espalda. Será la falta de práctica.

Tomé algunas notas. Escuché algunas conversaciones superficiales, y no mucho más.

 

Afuera llovía. Me aparté a un rincón para pedir el Uber y me dí cuenta de algo esencial:

 

Una milonga en Buenos Aires, con las luces tenues y los tangos más tristes del mundo sonando uno tras otro, sólo se soporta si no estás buscando el amor, porque ya lo encontraste, y bailas con una desconocida jugando con tu mano como una tarántula en su espalda y además,

tenés una amiga extranjera hermosa que te hace el aguante.





 

 

 
 
 

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Dirección:

Luz Marus

 

Fotografía: 

Sergio Levin

 

Comunicación:

D. Durañona

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