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Chinatown.

  • Foto del escritor: laportenarevista
    laportenarevista
  • 2 jun
  • 5 Min. de lectura

Por Luz Marus.


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En cada lugar importante del mundo, existe un Chinatown.

Lo sé, aunque sólo conozca el de Nueva York y el de  Buenos Aires.

Me gusta pensar que en cada lugar de la tierra, cuando te sentís triste, solo y desorientado, preguntas: "¿Dónde queda Chinatown"? y ahí vas y te perdés toda la tarde entre lucecitas de colores y juguetes que parecen funcionales y elefantitos de la suerte y monedas de la fortuna y cintitas coloradas con letras chinas doradas que significan cosas que no entendés.

Un lugar así, de paz y armonía pero también de magia y emoción y cosas raras.

Un Chinatown que nos haga sentir siempre en nuestro hogar, con dragones y velitas de colores y budas y gatitos que mueven la mano y frasquitos con aromas y comida y música de la india y de Japón porque los Chinatowns del mundo contienen a todo Oriente en un sólo lugar.

 

 

 

Cuando volví de mi paseo, invité a tomar el té en mi balcón de invierno a mi amiga de la infancia.

Sí, a tomar el té en las tacitas bordadas de mi abuela, como hacíamos de chiquitas en el restaurante gallego que teníamos en Av. Cabildo, justo al lado de un cine y después nos pasábamos las tardes enteras mirando en continuado los clásicos de Disney.

Esta vez las tacitas no eran de plástico.

 

 - ¿Te acordás lo que me hacías de chica? Me torturabas con esto de tomar el té en los jueguitos de té horribles que te regalaban para tus cumpleaños.

- ¿Cómo que te torturaba?

- ¿No te acordas? Me negociabas así: Ponías un reloj de arena – que era de otro jueguito, y decías: “Bueno, hacemos así, hasta que la arena pase para el otro lado, jugamos. Cuando termine, lo damos vuelta, y tomamos el té y charlamos. Y no sé cómo hacías pero siempre terminábamos tomando el té imaginario en esas tacitas fucsia de plástico horribles y charlando de no se qué…

- ¿Pero… ¿de qué te hablaba en ese entonces?

- Pavadas, delirios, no sé…fantasías de cuando seas grande y encuentres al amor de tu vida al cual ibas a ir a buscar en un bote que te ibas a robar de los lagos de Palermo y te ibas a ir remando sola hasta Europa porque decías que seguramente estaría del otro lado del Océano.

Y lo más loco es que lo describías todo con detalle.

 

- No te puedo creer! ¿Qué edad teníamos ahí?

- Cuatro y cinco años. Soy un año menor que vos y nos conocimos a mis cuatro, cuando mi abuela se mudó cerca de la casa de tu abuela.

- Cinco años tenía y ya…

- Si, ya eras así de rompe pelotas con el temita de charlar y de que te escuchen. Por lo menos, ahora hay té de verdad.

- Es de jengibre e hinojo. Y le puse miel y limón. Todo esto tiene un montón de propiedades que te van a curar la garganta y la tos, pero tenés que tomar cinco seguidos, bien calientes.

- Ahora no hay reloj de arena, pero hay pensamiento mágico curativo. Bueno, igual está muy rico. Dale, te escucho.


-No tengo nada para contarte.

 

- Ah, ¿Así que ahora no tenés nada para contarme? ¿Ahora te lo guardás todo para vos? ¿A tu amiga de la infancia le hacés esto?


-De todas maneras, te prometo que igual vas a ser mi madrina de casamiento.

- Vos no te vas a casar nunca, amiga.

- ¿Cómo me decís una cosa así? A ver…explicame tu punto.

- Porque sos un alma libre.

- Eso dicen los infieles y los supeficiales y yo no soy ni infiel ni superficial.

- Pero sos un alma libre. Nunca te adaptaste del todo a las normas y costumbres de tu clase social. Algunos te decían rebelde. Yo prefiero llamarte: alma libre.

- No me gusta. Tiene una connootación horrible. Que no me adapte a ciertos códigos sociales no quiere da para pensar cualquier cosa.

-Bueno, tenés razón. Aclaremos que eras muy monja con el tema del amor, y muy idealista y platónica, pero en todas las otras convenciones, eras un alma libre y rebelde.

-Si, aclaremos eso por favor.

- Está rico este té de cosas raras, me está calmando el dolor de garganta, tenías razón. Haces magia.

 

- Igual no tengo pensado hacer fiesta. Las bodas deberían ser algo íntimo. Sólo para los involucrados. Eso de los testigos es cualquiera. ¿Testigos de qué? ¿Para qué? Sólo Dios y el Amor, como testigos. Y un Juez. O mejor, una jueza.

Yo tendría un vestido blanco con una corona de azhares en la cabeza, muy sencillo y naif.

El, un smoking porque le queda tan lindo...

 

      - ¿Podrías casarte con un hombre que se la pase viajando por trabajo y te deje sola mucho tiempo?

 

  - Claro que podría. Es más, lo prefiero. Yo lo esperaría. Yo sería su Chinatown. Ese lugar adónde volver siempre, cuando se sienta perdido y confudido.

 

- Y mientas, ¿qué harías?

 

- Estas cosas: tomar el té con una amiga mirando la copa del árbol, y escribir.

 

- Tendría que tenerte mucha confianza ese hombre.

 

- En eso estoy. No cometo el mismo error dos veces. Soy leal.

 

 A propósito de la copa del árbol, amiga… ¿Qué es eso, para vos?

 

 

 

 

 

 

 

  - ¿Eso, qué?

 

- Mirá... hay como una lucecita azul, que antes no estaba, en la copa del árbol, mirando justo para mi balcón. ¿Será lo del GPS?

 

- Jaja sos una, tonta, no es GPS, es Google-Earth, pero me parece que esos pasan con camioncitos sacando fotos y con aviones y satélites. Esto es raro. ¿Una alarma, tal vez, será?

 

- ¿Quién va a poner una alarma en la copa de un árbol? Podría ser una 

 

  de las cámaras de seguridad de la policía? Pero…¿Justo apuntando a mi balcón?

 

 ¡Aww!! Mirá si...qué hermoso sería!! ¿Te imaginas?

 

 

 

- ¿Qué cosa?

- Me encantaría que fuese él que mandó a poner una camarita justo en mi balcón, para cuidarme de lejos. Y que me siga con un dron por toda la ciudad, mirándome desde su celular…

 

- Ay Dios. Tantos años de feminismo al pedo para que después vengan las pelotudas sumisas como vos con estas fantasías. Prefiero la del bote de palermo de los cinco años, la verdad.


- ¿Sumisa? Sumisa la apariencia.

- Ah, jaja, ¿Será que estás vos detrás de todo esto?

- ¿Será? Todo puede ser, amiga.

 

Que me vengan a buscar.

Estoy acá, tomando el té, muy cerca de Chinatown. ;)

 












 
 
 

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Dirección:

Luz Marus

 

Fotografía: 

Sergio Levin

 

Comunicación:

D. Durañona

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