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Sobreviviente más del Covid 19. Por Ezequiel Bajadish

  • Foto del escritor: laportenarevista
    laportenarevista
  • 25 sept 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 25 sept 2020

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Lo primero que se vicia es el aire. La puerta se abre dos veces al día, el resto del tiempo permanece cerrada. La comida se deja en una bandeja en la puerta, es inútil apurarse a abrir, del otro lado nunca hay nadie.

No es castigo el encierro, sino la idea de él. No es el tártaro y no soy un titán de monte Olimpo. Soy un sobreviviente más de Covid19.

La fiebre quema la piel, las sábanas lastiman, aún así hace frío. La tos me hace perder las ganas de respirar tanto, aún así tengo unas irremediables ganas de encender un cigarrillo. No lo hago, me aguanto lo máximo que puedo. La comida no tiene gusto a nada, no importa lo que me preparen, todo sabe a cartón mojado.

Para saber si estoy vivo me vacío un frasco de perfume en la nariz. No sucede nada, parece que estoy más muerto que vivo o en medio de ese éxodo que dilucida la muerte real de la momentánea.

Para rozar la idea de purgatorio, del otro lado de la puerta, apenas bajando las escaleras está mi familia, mi compañera y mis hijos. Me gritan desde abajo que me quieren, y entiendo que esa es la única manifestación de amor que se necesita en el mundo para no aflojar.

Pasan los días y no aguanto más. Recorro cada centímetro cuadrado existente en la habitación, muevo los muebles, los apilo, duermo en la mesa, en el suelo, me meto en el armario para sentir algo diferente.

Miro el teléfono esperando la llamada. No hay noticias, grito en la noche para saberme vivo. No me gusta esto, odio estar así pero lo entiendo necesario.

Pido libros, me los dejan en la puerta. Los leo a todos en unas horas, pido más, pido café, pido todo lo que cabe en mi memoria. Con la puerta entreabierta la veo a ella. Con su ojo cansado y hermoso que me mira y me hace entender que ya no necesito nada, por qué todo lo que tengo está a una puerta y dos días de distancia.

Suena el teléfono, la voz de la empleada de salud me dice que estoy curado, que el alta es inminente.

Abro la puerta de un golpe, bajo las escaleras y los veo desayunando. No hay nada en el mundo que se le parezca a esa sensación de auténtico entendimiento.

Doy un paso al frente, recibo tres miradas. El resto es historia, no hay nada más importante que esto.

 
 
 

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Dirección:

Luz Marus

 

Fotografía: 

Sergio Levin

 

Comunicación:

D. Durañona

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