Quedarse y volver
- laportenarevista

- 11 oct 2020
- 2 Min. de lectura
Por Marita Penedo.

Should I stay or should I go
Me atacó la adolescencia, mal, muy mal. Se me cruza la canción del título de la nota con la decisión que tengo que tomar ahora. ¿Me quedo o me voy? -De The Clash tengo un CD doble que compré en París, en el sótano de una tiendita indescriptible, loquísima. Ahí también vendían revistas de cine. Me traje la Premiere, con portada tridimensional. Cambia depende de cómo se la mira: Andy Serkis o César. Un lujo-.
Cuando éramos chicos fuimos “novios con ropa” -como dice él-. Siempre lo jodía cuando le salía el macho más macho. “Dale, si estás loco por mí desde que tenés 14 años”.
30 años después reencontré a mi amigo, a mi cómplice de todas las cagadas habidas y por haber. Las rateadas, las borracheras, los asaltos, las calenturas, los lagos de Palermo en 21 de septiembre. Situaciones que ni recuerdo y él las completa, memoria prodigiosa.
30 años después lo vi y me enamoré. Y creí que los códigos estaban ahí, seguían siendo los mismos. Que nos entendíamos sin hablar. Cuando me tocó, me acompañaba para bajar la escalera del salón de fiestas, una electricidad poderosa me recorrió el cuerpo. (Después me dijo que me hubiera comido la boca mientras fumábamos abajo). Mi mamá –sin quererlo, por supuesto, ¡obviamente!- reforzó la idea, la ilusión. “Ustedes se llevan así porque se conocen desde chicos”. Y yo lo acepté, como corderito.
Un secuaz potencial para portarse mal estaba ahí, el destino, el universo o vaya uno a saber qué entidad me lo ponía adelante, me lo ofrecía. Y la confianza infinita que siempre nos tuvimos también estaba ahí, eso es verdad.
Le hice jurar mil promesas desde el principio, firmamos mil pactos, íbamos a comprar hilos de plata -que yo reconvertí en alianzas-. Cuando terminara la pandemia nos esperaba una cabaña en el Tigre donde yo tendría mi escritorio con vista al río, él su muelle para pescar. Donde íbamos a envejecer juntos.
Todas las promesas se rompieron al igual que los pactos. Las alianzas descansan en el cofrecito en el que tengo las demás. -Las de todos los sueños, las apuestas, que no fueron-.
Me estoy desenamorando y eso me duele mil veces más que su indiferencia.
Y lo peor, es que no sé bien qué no nos salió.



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