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Post-Pandemia.

  • Foto del escritor: laportenarevista
    laportenarevista
  • 29 may 2022
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 11 jul 2022

Por Luz Marus.

Ph: Gus de María.

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En parte – me avergüenza decir esto – a mí me salvó la pandemia. Cuando a fines de marzo del 2020, el presidente decía la mística frase: “El mundo, tal como lo conocemos, ya nunca volverá a ser el mismo” y el canal televisivo Crónica titulaba, con ese estilo encantador y argentino que maneja hace veinte años:

En minutos se cierra el país.”, sentí que de algún modo extraño, eso significaba una nueva oportunidad para mí de algo que todavía no sabía qué.

Dos meses antes le había dicho a mi nuevo psicólogo – cambiaba de psicólogo muy seguido, nada ni nadie me conformaba– : “Estoy como cansada ya de la vida. No, no se asuste, no es que esté pensando en la muerte. Es que quisiera algo distinto. Como un cambio radical.” Unos meses después durante las sesiones virtuales me hacía el chiste: El universo escuchó tu pedido. ¿Era necesario tanto? Al la semana, salí a la calle cuando estaba prohibido y era peligroso. Pude observar que realmente el mundo era otro. Jamás había visto las calles de mi ciudad, las avenidas más concurridas, tremendamente desiertas. Algo que no se ve ni siquiera de madrugada en algunos barrios donde siempre hay algún tipo de movimiento, como el mío.

Ese silencio, esas ventanas encendidas, los negocios cerrados, la ausencia de espacios públicos, los términos resignificados como “esenciales” y “no esenciales” cobraban un sentido filosófico. El negocio de aros y collares, no esencial, por lo tanto: cerrado. La carnicería y la verdulería, abiertas, con protocolo y fila en la calle, pero abiertas, pues: “esenciales.” Los negocios de ropa de estilo y de marca, cerrados. Las farmacias, abiertas. Los salones de fiesta, los de perfumes, los gimnasios, las zapaterías. De repente el mensaje era: “Miren todo lo accesorio en la vida de los cuál pueden prescindir." Y quédense en casa y piensen, piensen mucho. ¿Con quién estaban viviendo? ¿Cómo? ¿Es realmente esto lo que querían de sus vidas?

Y de golpe, en ese mar de angustia para muchos, – me da cierta culpa confesarlo– encontré mi paz. De un día para el otro, el mundo se adaptó a mi ritmo.

Mi vida pausada, encerrada en mi casa mirando series y películas y leyendo en mi balcón, por un toque de magia, había dejado de ser una rareza y se convirtió en ley. Era: lo que había que hacer. Por primera vez estaba haciendo lo que había que hacer. De repente, todos estaban haciendo lo que venía haciendo yo desde hacía dos años. Nada. Pero era una nada con mucho contenido. Y mucha angustia a la vez.

Cocinar, leer, mirar películas y series y sobre todo, mucha pero mucha Internet.

Cenas virtuales, videollamadas, audios, clases por zoom, encierro y ensimismamiento.


Después de un año así, volví a mi Facultad, y esta vez, al disfrute de tomar clases en el calor de mi departamento. Un año entero aprobando doce materias. Algo impensado en épocas de normalidad. O supuesta “normalidad.”

El mundo se ajustó a mí y me ayudó a darme ese golpecito de horno que me faltaba. Como un bebé sietemesino que aún no está preparado y necesita de dos meses de incubadora, yo necesité dos años para convertirme finalmente en una mujer adulta.




 
 
 

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Dirección:

Luz Marus

 

Fotografía: 

Sergio Levin

 

Comunicación:

D. Durañona

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