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LA PREGUNTA DE LUIS Por Sebastián Fonseca

  • Foto del escritor: laportenarevista
    laportenarevista
  • 25 sept 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 25 sept 2020


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Antes de la pandemia, en una de nuestras últimas caminatas por la montaña,

conversábamos con Luis Cattenazzi acerca de uno de los temas que más nos interesa: el proceso de escritura creativa. Recuerdo el momento como si hubiera sido hace un rato, habíamos parado a rellenar nuestras botellas de agua en el arroyo Van Titter y Luis me comentó que había tenido un sueño inquietante. En ese sueño, él esperaba el colectivo cuando un Renault 12 se detiene. Quien maneja el auto es su padre y le hace señas,

invitándolo a subir. Mientras avanzan, Luis se pregunta cómo decirle a alguien, que ha fallecido hace unos años, que en realidad está muerto. Hacerse esa pregunta en medio del sueño lo hizo despertar y luego lamentarse por no haber dejado que la situación onírica fluyera y así disfrutar un rato más del inesperado encuentro.

“Creo que da para un micro-relato”, me dijo aquella vez, mientras calzaba en un bolsillo

lateral de su mochila la botella con agua helada.

Pasaron algunos meses. Entretanto, se declaraba el aislamiento y empezaba a

transformarse la mayoría de nuestros hábitos sociales. Surgieron algunas invitaciones a participar en algunas actividades virtuales relacionadas a lo literario. Entre ellas, la publicación de algún texto breve en una iniciativa impulsada por Ediciones Desmesura, den Javier Gil. En el tríptico 120, que figura en edicionesdesmesura.com, se publicó el micro-relato de Luis, cuya génesis me fuera confiada unos meses atrás, a orillas del arroyo Van

Titter. Tanto me conmovió leerlo que enseguida le mandé un audio para contarle cuánto me habían pegado esas pocas y magistrales líneas. Después de agradecerme, me dijo que varias personas le habían hecho comentarios similares y que le llamaba la atención el efecto que provocaba el micro-relato, muy por encima de sus expectativas al escribirlo.

Me quedé pensando en que quienes nos emocionamos con ese relato de Luis, tenemos algo en común: hemos pasado los cuarenta años y estamos atravesando la incertidumbre propia de este contexto de pandemia. Quizá la picazón que nos generó este pequeño texto guarde relación con la idea de que empezamos a considerar a la muerte como posibilidad cercana.

Tal vez sea miedo.

Miedo a la pérdida de nuestros afectos y miedo a la propia muerte. Miedo a quedarte en soledad. Miedo a la incomunicación. Miedo a no haber sabido captar otras esferas del entendimiento humano. Miedo a que ya sea demasiado tarde. Miedo a no poder escribir un texto que te eleve hasta conectarte con la fibra íntima de la sociedad en la que te ha tocado vivir.

O, tal vez, sea despertar.

Despertar y permitirse el desborde de algunas emociones que apenas murmuraban a través de la sordina de la vida social presencial y sus “buenos modales”. Despertar a una nueva forma de comunicarnos por medio de la palabra escrita, en la que nos permitimos leernos sin el nerviosismo y el barullo de los eventos literarios. Despertar ante una pregunta y quedarte pensando en más preguntas. Despertar y entender al fin que, a veces, simplemente no hay respuestas.


Aroma de tostadas

por Luis Cattenazzi


Despierto y reconozco el dormitorio de mi infancia: los aviones colgando del techo, el

guardapolvo en la silla de siempre.

Me acomodo este pijama que me queda chico y voy descalzo hasta la cocina. Papá

prepara el desayuno, en la radio las noticias suenan viejas.

—Buen día —me dice— ¿Café con leche?

No encuentro la manera de recordarle que murió hace años.

—¿Dónde estamos, papá? —pregunto, pero él silba bajito una melodía de Spinetta.

Insisto:

—¿Yo también…?

Deja de silbar pero no responde, empeñado en untar milimétricamente las tostadas.

No importa, ya tendremos tiempo para hablar.

 
 
 

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Fotografía: 

Sergio Levin

 

Comunicación:

D. Durañona

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