top of page
Buscar

EL MITO DE KURAYKI.

  • Foto del escritor: laportenarevista
    laportenarevista
  • 28 may 2022
  • 4 Min. de lectura

Por Manuel Müller.

Ph: Sergio Levin.

ree

Sólo hay una pregunta filosófica verdaderamente seria que me ocupa: ¿debería regalar a mi

gato? Kuryaki, peludo temor de Dios, el azote de las noches y las siestas, Satanás con garritas. Día tras día, noche tras noche, se dedica a tirar, romper, sacudir, desordenar, corretear, arañar, arruinar, enloquecer. Voy a relatar una tarde cualquiera: Kuryaki se sube al escritorio del living, tirando y desordenando papeles importantes. Ni bien voy a ver qué hace, él sale corriendo.

¿Sabrá en su pequeñita (pero obstinada) mente que está haciendo un mal? ¿Será un juego para él? Paso a cerrar la puerta que separa la sala, donde está el escritorio, de los cuartos y me lo traigo. En ese momento empieza a saltimbanquear a mi alrededor, a velocidades conocidas solo por él y tal vez Fangio. Todo esfuerzo por entretenerlo es respondido con un breve

momento de paz, seguido por un redoblamiento de empeños por llamar mi atención. Decido utilizar la técnica inversa, lo devuelvo a la sala (donde está el escritorio) y le cierro la puerta.

Del otro lado tiene el balcón, su comida, sus piedritas y todo lo que necesita un gato para ser feliz. ¿No? No.

Acto siguiente Mandrake el gato está abriendo (¡!) la puerta, empujando con su morrudito cuerpo, hasta que logra una rendija lo suficientemente grande para que pase su demente cabecita. Y se repite más o menos así, a cualquier hora. Eventualmente le invade la piedad, digo, sueño, y se duerme.

¿Y entonces qué hago? ¿Lo ato de las patitas cual borreguito? ¿Le doy un cuartito de clona a ver si se calma? ¿Le leo un cuento? Probé recitarle El Gato con Botas, pero me dio a entender que prefería algo de Horacio Quiroga. O la opción más definitiva… ¿regalo a mi gato?

Reflexionaba acerca de las consecuencias de cada alternativa cuando recordé que cierto

filósofo se había hecho una pregunta parecida hace no mucho tiempo. Si ustedes están pensando en Schrödinger les recuerdo que era físico, no, digo Albert Camus (o como sus amigos le decían, “risitas”) que se preguntaba si en este mundo vacío de sentido, no era más lógico suicidarse. Como explicaba Camus en El Mito de Sísifo (1942), “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de

vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. (p1)

Camus define lo “absurdo” como esa confrontación del hombre contra el mundo sin sentido, ese mundo silencioso e irracional (el malportado de mi gato), separándose de la corriente existencialista que dejaba la solución a este problema con la fe religiosa.

Entenderán ustedes, queridos lectores, por qué traigo a colación a Camus y su “oda a la alegría”. Entrenar, conversar y/o amenazar de muerte a mi gato parecen esfuerzos absurdos, sin ningún tipo de sentido práctico. El engendro del diablo, como le digo cariñosamente, sólo sabe responderme con su silencio, mirándome a los ojos, reafirmando su dominio sobre mi vida y completa indiferencia para con mis horas de sueño. Un adulto intentando razonar con

un pequeño animal psicópata: he aquí el absurdo. La fe no me es alternativa, Kuryaquito me ha convertido en el más abyecto ateo.

Pero entonces, ¿a qué conclusión arriba el hermano discóbolo de Claudio María Domínguez?

¿A qué resolución llega acerca del mundo sin sentido?

Según Camus, debemos evitar a toda costa buscar sentido por fuera de la lógica, en algo que no podamos explicar o corroborar. Le llama “suicidio filosófico” a la idea de creer ciegamente en alguna deidad o en algún “sentido superior” en el afán de escapar de lo absurdo.

El suicidio filosófico, en este caso, sería creer que mi gato me ama. ¡No! ¡Eso es lo que él quiere que crea! Tengo tantas evidencias de que me ame como de que me desprecie. Los mimos con ronroneos pueden ser una elaborada pantomima para robarme mi precioso, precioso calor humano. O tal vez sea parte del contrato tácito que tenemos, cariño por comida, en el que yo me dispongo a comprar paquetes de alimento y cambiar su agua periódicamente a cambio de

que él ocupe media cama estirado y me permita el privilegio de mirarlo y decir “¡miren qué

lindo es!”.

No. Lo que Camus propone es la rebeldía. Encuentra en Sísifo a su héroe absurdo. Pero, ¿quién era Sísifo? ¡Qué suerte que me lo preguntes!

Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. (Camus, 1942, p.84) Claro, porque Zeus nunca tuvo que trabajar como monotributista. La cuestión es que este muchacho Sísifo tenía esta tarea sin ningún tipo de sentido, ya que nunca iba a poder posicionar

la roca sobre la cima de la montaña. La roca siempre volvía a caer, y Sísifo debía volver a empujarla devuelta hasta la casi cima. ¡Pero qué pantorrillas debía tener! Aún así, Sísifo debía ser miserable, ¿verdad? Camus dice: ¡Claro que no! Camus imagina a Sísifo como dichoso, ya que no existe mayor rebeldía que encontrar felicidad en una tarea diseñada para hacernos sufrir. La acción en sí de levantar la roca es lo que cuenta, ya que Sísifo sabe que este esfuerzo nunca llevará a nada significativo. El significado se encuentra en el obrar en sí. Loco, ¿no?

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con mi gato? Mucho, espero. Yo también, propongo imaginarme a mí mismo feliz, mientras impido que mi gato haga origami con mi acta de nacimiento o le dificulto hacer un divertido rompecabezas estrellando mi taza favorita contra el piso. Mi gato nunca va a aprender, el “tornado destructivo maullante” nunca va a parar, pero

de alguna manera, saber esto trae cierta tranquilidad, me quita peso de los hombros. Conservar a mi gato puede ser absurdo, pero también puede traerme felicidad. Además, ¡miren qué lindo

es!

 
 
 

Comentarios


Dirección:

Luz Marus

 

Fotografía: 

Sergio Levin

 

Comunicación:

D. Durañona

bottom of page