CRUCERO HACIA EL CORONAVIRUS Por Sergio Levin
- laportenarevista

- 25 sept 2020
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Por Sergio Levin.
¿Que podía ser más cómodo para unas vacaciones que un crucero? pensé, a mis 66 años y con una leve dificultad para caminar.
Nos embarcamos el 1 de marzo en el puerto de Buenos Aires rumbo a Ushuaia parando en Montevideo, Punta del Este, Puerto Madryn. El viaje fue maravilloso tanto arriba como abajo del barco. Teníamos que haber terminado en Santiago de Chile y tomar un vuelo el 15 de marzo.
Cuando llegamos al puerto de desembarque hacía unos días que se había desatado la pandemia y a pesar de que el puerto estaba previsto cerrarse a las 8 de la mañana y nosotros llegamos a las 5, no nos dejaron bajar. Después de 4 días de negociaciones y la rotunda negativa del gobierno chileno de dejarnos bajar, navegamos hacia San Diego, California, que era el único puerto donde lograron permiso para desembarcar.
Los diez días de continuación del crucero, ahora con todo lo que era pago, gratis, siguieron siendo maravillosos, aparte, con la falsa idea de estar en un barco aislado y no estar expuestos al virus.
Ya en San Diego las cosas cambiaron, los tripulantes estaban muy nerviosos y malhumorados porque sus jornadas laborales se habían extendido mucho más de lo previsto y no tenían sus vacaciones anunciadas, la calidad de la comida era pésima y durante los cuatro días que estuvimos negociando nuestra salida, prácticamente no comimos nada y nos debilitamos muchísimo hasta el punto de no tener energía para levantarnos de la cama. En un momento me caí al piso y no pude levantarme por más de media hora, mi mujer me miraba tan débil como yo sin poder ayudarme.
Finalmente recibimos la autorización de dejar el barco de una manera cinematográfica: la policía acordonó el trayecto del barco al avión y de escalera a escalera casi no tocamos suelo estadounidense. Subimos al avión y nos fuimos a San Pablo.
Los brasileros nunca fueron de mi agrado, por un prejuicio mío respecto del idioma y de esa alegría que contrasta tanto con nuestra melancolía, pero al llegar a Brasil y ser recibidos con una calidez maravillosa, me cambió totalmente la percepción, ahora los amo.
Cuando llegamos al aeropuerto estábamos tan débiles que nos trajeron sillas de ruedas y nos revisaron en la enfermería, y en el hotel, nos trataron mejor que a ellos mismos.
Luego de 14 días de cuarentena en San Pablo, dejamos el hotel con una ceremonia que nos hicieron los empleados donde nos despidieron con regalos y deseos de buen regreso dignos del mejor amigo.
Un vuelo sanitario de la Fuerza Aérea nos trajo Buenos Aires donde teníamos la ilusión de ir a casa pero nos mandaron un hotel en cuarentena donde la atención no fue tan buena como en Brasil.
A los siete días y luego de un hisopado que dio negativo, nos mandaron a casa, donde llegamos luego de un viaje que debía durar 15 días y terminó durando 60.
A los cuatro meses nos hicimos un análisis de anticuerpos que nos dio positivo por lo cual los días que estuvimos en San Diego, tan débiles, en realidad estábamos contagiados, al igual que casi todos los argentinos que estaban en el barco, pero sin síntomas.
Al día de hoy, que nos sentimos muy bien, me creo un poco superhéroe. El virus no pudo conmigo.



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